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Historia ambiental del Perú. Siglos XVIII y XIX

(1) Perú. Ministerio del Ambiente Historia ambiental del Perú. Siglos XVIII y XIX / Ministerio del Ambiente. -- Lima: MINAM, 2016.

El presente resumen extrae contenidos referidos al tema del agua contenidos en el Libro: Historia Ambiental del Perú Siglos XVIII y XIX2 , que muestra la importancia del agua en la historia del Perú de los siglos XVIII y XIX y como se pueden sacar lecciones para la realidad presente que pueden ser muy útiles. Un vistazo general a la población del Perú.

1. El agua y la Población:

Echar un vistazo general a la población del Perú de los siglos XVIII y XIX, y a su distribución en el territorio nacional es importante. Esto se debe a que su cantidad se relaciona con una menor o mayor presión sobre el abastecimiento de alimentos, con la provisión de servicios como agua y el tratamiento de las aguas residuales, con los posibles impactos sobre el ambiente y los recursos naturales, con la necesidad de fomentar el crecimiento económico para financiar las políticas públicas y actividades a cargo del Estado y entidades públicas, entre otros.

En efecto, en 1513, se dictaron los reglamentos del Rey Fernando el Católico, que normaban la elección de los sitios para el asentamiento de nuevas ciudades, como cercanía a los bosques y a tierras cultivables; y la higiene urbana, como agua para el consumo humano y buen aire (Villanueva et al., 2009)3.

Una vez elegido el sitio que reúna la mayor cantidad de ventajas para fundar ahí la nueva población, se procederá a fijar el lugar que corresponderá tanto a la cabecera como a los sitios que le estarán sujetos, procurando hacerlo sin perjuicio de los indios. De cualquier modo, estos lugares deberán tener siempre cerca el agua, los materiales, las tierras de labranza y cultivo así como los pastos para el ganado. (Artículos 38 y 39) (Fernández, 1987, p. 2354).

No se deberán de escoger lugares muy altos, por el problema que el viento y el acarreo representan, ni muy bajos, ya que resultan enfermizos. De preferencia lugares medianamente levantados, que reciban el aire del norte y del medio día; en caso de tener sierras o cuestas cercanas, que éstas vengan a quedar al poniente y al levante. Si se encontrare el lugar escogido a la orilla del agua, que se tenga cuidado de que quede de tal forma que a la salida del sol los rayos peguen primero en la población y no en el agua. Si se tratare de algún lugar con cierta elevación, se busque evitar las nieblas. (Artículo 40) (Fernández, 1987, p. 2355).











De las ciudades existentes en el Perú en el periodo comprendido entre 1750 y 1850, once fueron creadas entre 1532 y 1540. Todas se construyeron en las orillas o cerca de los ríos y mares con la finalidad de tener abastecimiento de agua para sus diversos usos, requisito fundamental que no podía obviarse. Luego, se fundaron otras ciudades: Puno, Huancayo, Villa Rica de Oropesa (Huancavelica) y Cerro de Pasco, las dos últimas asociadas a actividades mineras..

Los cabildos tenían a su cargo, entre las funciones relacionadas con el ambiente, las que se mencionan a continuación:

• Vigilar el aseo y seguridad de las ciudades
• Conservar, y reparar las calles y caminos
• Administrar la provisión de agua para la población y los desagües
• Controlar la provisión, los precios, y la calidad de alimentos y medicinas
• Inspeccionar los establecimientos de beneficencia y hospitales
• Organizar la baja policía, a cargo de la limpieza pública

2. El Agua como bien común:

En España, se consideraba que el agua era un bien común que debía servir para el uso y aprovechamiento de todos. Aunque esta idea, sin duda muy importante, no siempre era respetada en España, con la Conquista, fue trasladada a las colonias (Rivasplata, 2013)6. En efecto, ante la relativa escasez de agua y los problemas de salubridad ya existentes que debían se enfrentados por los conquistadores, en el Perú, particularmente en Lima, la idea del agua como bien común contribuyó en varios aspectos. Primero, ayudó a valorar positivamente la infraestructura de riego de cultivos, creada y usada por los pueblos prehispánicos para facilitar que el agua llegara a las casas de la población para distintos usos, como corresponde a todo desarrollo urbano; segundo, facilitó la implementación del encañado para trasladar agua de los manantiales, obra financiada por los usuarios con un mecanismo participativo interesante; tercero, generó que se priorizaran las fuentes públicas respecto de las privadas; cuarto, propició el desarrollo desigual de la conciencia colectiva y de la capacidad organizadora de la población; finalmente, produjo que se fuera tomando conciencia de que la falta de previsión, y el débil control y fiscalización de parte de autoridades y funcionarios condicionaban problemas ambientales y sanitarios como consecuencia del mal uso de las acequias (Rivasplata, 2013)7

3. La contaminación del agua:

Serrano (2005)8 refiere que la contaminación del agua por efecto de la explotación minera durante la Colonia tuvo tres procedencias:(i) las aguas de mina, (ii) las aguas del procesamiento y (iii) los efluentes domésticos de los centros mineros.

En relación con las aguas de mina, también llamadas “aguas de copajira”, refiere que la contaminación se producía por el contacto del agua de escorrentía con las zonas mineralizadas expuestas, frecuentemente con pH bajos y con altos contenidos de sales de cobre, hierro y otros elementos. Hoy en día, se les conoce como los drenajes ácidos de mina, los que finalmente discurren hacia los cuerpos de agua superficiales.

Es importante tener en cuenta que para el periodo 1750-1850 uno de los problemas tecnológicos más frecuentes en los centros mineros, como Huancavelica, Cerro de Pasco y Hualgayoc, fue el anegamiento de los socavones. Sobre las minas de Cerro de Pasco, Contreras refiere: “El típico problema de anegamiento de las labores que agobió constantemente a los mineros durante el Virreinato fue enfrentado por el minero José de Maíz, quien abrió un túnel de drenaje en 1760. Parece ser que este fue el paso decisivo para la expansión de la producción” (Chocano, 2010. p. 120)9.

Estos datos indican que, además de la contaminación de las aguas superficiales, también se generó un proceso de contaminación de las aguas subterráneas.

Respecto de la contaminación de las aguas como parte del procesamiento de los minerales, Serrano refiere que los cambios tecnológicos introducidos, como la amalgamación en cajones, incrementó la contaminación de la aguas “por el vertido de las colas del tratamiento o beneficio de los minerales (se trata de sólidos en suspensión muy perjudiciales) y por el vertimiento del azogue empleado en la amalgamación” (2005, p. 88)10. El lavado de minerales se realizaba bien en canaletas o en tinas. En ambos casos, el método consistía en separar la plata del mercurio y de las colas mediante el lavado con agua; esta agua de desecho era vertida directamente a los ríos y quebradas.

Un núcleo de hielo excepcionalmente detallado de la localización del alto-altitud Quelccaya (Perú) contiene pruebas contundentes de que la actividad metalúrgica durante la época incaica (1438-1532) tuvo un impacto insignificante en el ambiente sudamericano.

En contraste, variedad de emisiones a la atmósfera de elementos tóxicos en América del Sur comenzó a tener un impacto ambiental generalizado alrededor de 1540, unos 240 años antes de la revolución industrial, cuando metalurgia colonial comenzó a contaminar la atmósfera Andina (Uglieti, 2014)11. Teniendo en cuenta estas investigaciones, se puede concluir que el desarrollo de la minería colonial tuvo un impacto severo en términos de contaminación ambiental del aire, que afectó también el suelo y aguas con un alcance regional e incluso mundial.









4. El agua y la Salud Humana:

Hipólito Unanue12 inaugura los estudios de higienismo. Así, preocupado por las aguas que fluyen hacia Lima, basado en lo que decía Hipólito Ruiz sobre este tema, afirma lo siguiente:

No hay más agua que la que traen los ríos que bajan de la cordillera o brota algún venero, o manantial procedente también de allí. Así es que el río Rímac que atraviesa esta ciudad, después de pasar lavando todos estos minerales de la provincia de Huarochirí, y el gran puquio que por un acueducto subterráneo se conduce para el abasto de las fuentes; no hay lagos sino uno u otro corto que se forma del desagüe de las acequias rurales, como es el que llaman villa. (Ruiz, 1873, p. 226)13.





Unanue, además, señalaba el riesgo de la contaminación:

Penetran la ciudad por atanores pegadas a sepulcros y cementerios y por bajo de la multitud de balas y charcos de nuestras desaseadísimas calles, el rodaje incesante de carros maltrata continuamente las cañerías que van a poca distancia de la superficie, por lo cual las aguas que conducen se inficionan de todas las impurezas, que de esta y de los sepulcros se resumen con las aguas de las acequias detenidas por todas partes. Las fuentes de que bebe una ciudad deber ser ayreadas, el fondo limpio de cieno y regado de arena y arrancadas todas las plantas que puedan precipitar en ella sus despojos. Las aguas que riegan las calles piden zelo […] porque las balsas y lodazales dañan a la salud del ciudadano inficionándole no solo las aguas que bebe, sino también el aire que respira.

Los despojos de animales y vegetables que se pudren en ellos despiden un tufo mortífero de donde nacen las calenturas intermitentes, las pútridas y las frecuencias de asmas y otras enfermedades del pulmón. (Unanue, 1815, pp. 7-9)14.











Se debe recordar que Unanue es uno de los propulsores de la construcción del campo santo de la ciudad de Lima, el Presbítero Maestro. Ya desde el Mercurio Peruano, se había ido sensibilizando a la opinión pública en relación con el peligro que representaba la inhumación, en las criptas de las iglesias, para la población de la capital a causa de las miasmas malsanas que ocasionaba la corrupción de los cuerpos.

5. Saneamiento:

En 1573, el virrey Francisco Toledo (1569-1581), en ejercicio de sus atribuciones, expidió las llamadas 17 ordenanzas de Lima para el gobierno de esta ciudad. En una de ellas, se reiteraba la prohibición de lavar y de abrevar en el río, y de echar inmundicias.

Las ordenanzas de Toledo incluían obligaciones en el cuidado de la higiene de los molinos y molineros, carnicerías y mataderos, tabernas de vino, la ribera y el río que pasa por la ciudad, las albóndigas (depósitos de granos y legumbres), el agua pública que viene o ha de venir a la ciudad, etcétera. También, se detallaban las reglas, bajo pena, que regulaban la utilización de las acequias: tener licencia para abrir las acequias, reformarlas o cerrarlas, mantenerlas limpias, no echar estiércol ni tener caballería sobre ellas, cubrir las que atraviesan las calles, etcétera (Villanueva et al., 2009)16.







En el Perú, la falta de suministro adecuado de agua y de tratamiento de los desagües, el deficiente tratamiento de los residuos sólidos, y la lentitud en implementar nuevas alternativas de saneamiento ofrecían un panorama complicado, según Valega17 . Una muestra de ello es lo que ocurría en la capital del Virreinato, como se puede observar::

Lima, capital celebrada del Virreinato del Perú, ha sido tachada de ciudad inmunda, y hasta mereció el dictado de aldea de gallinazos, por su rebeldía a adaptarse a los sabios consejos de la higiene. Se ha considerado, para lanzar contra ella el tremendo dictario, la acumulación de basuras en los arrabales; las acequias abiertas en plenas arterias centrales, portadoras de todos los deshechos, sus jirones polvorosos, sin empedrar; las recuas de mulas y asnos, portadoras de carga, que levantaban nubes de polvo en las calles centrales; la falta de canalización de agua y desagüe, las plagas de gallinazos, simulando servidores de la baja policía, en todos los techos y en todas las aceras; los focos de infección en todos los hogares, con los silos abiertos; la falta de baños públicos y aun particulares, etc

Pero, hay que referir los hechos anotados, a la época y a las condiciones en que se realizaban las reformas de las costumbres, venidas de Europa. Siempre había un medio siglo de diferencia, entre la innovación europea y su aplicación en el Perú. Fenómeno explicable, tanto por el bajo índice de alfabetos, como por la poca costumbre de leer, y la demora en el arribo de las noticias peninsulares. (Valega, 1939, pp. 331-332)18.












Esta afirmación general se complementa y ratifica de manera específica con lo que señala el médico e investigador de la historia de la salud en el Perú, Carlos Bustíos19 , más de medio siglo después, para la ciudad de Lima:

Su situación sanitaria era terrible y peligrosa: acumulación de basuras; acequias abiertas en las calles principales, portadora de todo tipo de desechos; jirones polvorosos, sin empedrar; falta de canalización del agua y desagüe; presencia de gallinazos, simulando servidores de baja policía, en los techos y aceras; focos de infección en todos los hogares, con silos abiertos; falta de baños públicos y particulares, etc. (Bustíos, 2002, pp. 77-78)20.




Coincidentes en términos generales con la apreciación de Bustíos son los resultados de la investigación de Lossio, quien señala sobre la ciudad de Lima:

Los principales focos de contaminación urbana fueron los muladares que de manera informal se formaron dentro de la ciudad; los repositorios de basura municipales establecidos en las inmediaciones de la capital; el humo proveniente de la combustión del carbón al que recurrían las herrerías; y el agua turbia de las acequias, la cual era utilizada para los cultivos (con lo cual se alentaba la contaminación de los suelos y aguas subterráneas) o terminaba desembocando en el Río Rímac […] Estos focos de contaminación tuvieron efectos sobre la salud de los pobladores. Las inadecuadas condiciones ambientales de la capital fueron causa de múltiples enfermedades durante el siglo XIX. La contaminación del aire urbano alentó y agudizó las infecciones respiratorias como la tuberculosis y la bronquitis. El restringido acceso al agua potable y el uso de aguas contaminadas para el riego de cultivos difundió infecciones gastrointestinales como la disentería, la fiebre tifoidea y otras enfermedades diarreicas. (Lossio, 2003, pp. 90-92)21.









Varios investigadores establecen las relaciones entre esos problemas ambientales y la dramática situación de salubridad. Entre ellos, el gran historiador de la salud en el Perú, Juan B. Lastres, comenta:

Las ciudades virreinales tenían una pobre higiene. El agua, elemento vital, corría por angostas acequias, en las que era fácil su contaminación por los microbios del suelo, haciendo factible la propagación de enfermedades epidémicas, como la tifoidea o disentéricas.

Las deyecciones eran echadas al arroyo o almacenadas en silo, que volvían las ciudades pestilentes y de atmósfera irrespirable. Los mercados de abastos, con la suciedad y promiscuidad consiguientes, hacían fácil el contagio y la transmisión de las enfermedades de todo orden, amén de la pobre alimentación y el clima, que favorecían el progreso de la tuberculosis. La higiene del soldado, tan precaria, facilitaba la transmisión del tifus exantemático, las enfermedades eruptivas, el paludismo y muchas parasitarias. (Lastres, 1954, p. 60)22.










Las condiciones de distribución del agua por parte de los “aguadores” y las malas condiciones en que operaban los mercados exponían a los usuarios a riesgos de enfermedades.

Las inadecuadas condiciones ambientales de la capital fueron causa de múltiples enfermedades durante el siglo XIX. La contaminación del aire urbano alentó y agudizó las infecciones respiratorias como la tuberculosis y la bronquitis. El restringido acceso al agua potable y el uso de aguas contaminadas para el riego de cultivos difundió infecciones gastrointestinales como la disentería, la fiebre tifoidea y otras enfermedades diarreicas. (Lossio, 2003, pp. 92)23.





Por otro lado, la distribución del agua al interior de la ciudad en el siglo XIX no estuvo exenta de problemas. Las cañerías, hechas con un material poco resistente como es el barro, constantemente se quebraban, lo que ocasionaba pérdida de agua. Al parecer, al no encontrarse muy por debajo de la superficie de las calles, las cañerías no soportaban el peso del paso frecuente de animales de carga, carretas, coches, calesas y carretones, según sostenía Ambrosio Cerdán en su Tratado general sobre las aguas que fertilizaban los valles de Lima y Callao (Lossio, 2001)24.

6. El agua y las normas :

Rostworowski25 describe en detalle cómo era la provisión y distribución del agua en los señoríos de Sulco, de Guatica, de Lima, de Maranga, de Amancaes, y del curacazgo del Callao (Rostworowski, 2002). Conociendo esa realidad del valle de Lima, el rey Carlos V aprobó la Real Cédula de 1536, al año siguiente de fundada Lima, mediante la cual disponía sobre el agua de riego, entre otras materias, lo siguiente:

Ordenamos y mandamos que la orden que los dichos naturales tenían en la división de sus tierras y partición de aguas, aquellas mismas de aquí adelante se guarde y practique entre los españoles en quienes están repartidas y señaladas dichas tierras; y que para ello sean señaladas los mismos naturales que de antes tenían a cargo ello, con cuyo parecer las dichas tierras sean regadas. Y se dé el agua debida sucesivamente de uno en otro, so pena que el que quisiere preferir y por su autoridad tomar y ocupar el agua, le sea quitada hasta tanto que los inferiores de él, rieguen las tierras que así tuviesen señaladas. (Francisco de Solano, 1984, pp. 157-158)26.

Se debe destacar que, en materias de aguas para fines de riego agrícola, las primeras disposiciones que se dieron respetaban las prácticas prehispánicas, que habían sido validadas a lo largo de la historia.

Debe señalarse un hecho interesante que consistía en que ninguna de estas ordenanzas regulaba sobre la administración y control del agua de riego de las tierras de cultivo en el valle de Lima, pues, en ese momento, más bien había exceso de agua e inundaciones. Sin embargo, surgieron problemas cuando la distribución de tierras a españoles se convirtió en política de Estado colonial en la segunda mitad de la década de 1550, por lo que se establecieron los jueces de aguas en 1556 (Domínguez, 1988)27 .

Una importante investigación de Domínguez sobre el origen y la evolución del rol de los jueces de aguas evidencian que estos cargos fueron creados como respuesta a la necesidad de arbitrar los conflictos surgidos entre agricultores indígenas y españoles, conflictos que estuvieron presentes también en los años posteriores. Por disposición del virrey Cañete de 1557, se delegó en el Cabildo de Lima la responsabilidad de nombrar anualmente a uno de sus funcionarios como juez de aguas, que, por lo general, era uno de sus regidores (Domínguez, 1988)28.

Estas normas fueron ampliadas, en 1617, por el oidor Canseco de Quiñones. En 1793, Ambrosio Cerdán y Landa, oidor y juez de aguas de Lima, las amplió aún más con un nuevo reglamento, aprobado con el título de “Tratado sobre las aguas de los valles de Lima”, que estuvo vigente para la dotación de agua de fundos rurales hasta inicios del siglo XX (Domínguez, 1988).

Debe señalarse también que se aprobaron ordenanzas para otros importantes valles. Para el valle de Trujillo y su entorno, el reglamento fue formulado entre 1697 y 1700 por don Antonio de Saavedra y Leiva, deán del Cabildo Eclesiástico de Trujillo, y aprobado en febrero de 1700 por el virrey del Perú, Melchor Portocarrero y Lazo, conde de La Monclova.

Por su parte, en Tacna, el reglamento que normó el reparto de aguas del río Caplina fue dictado por el corregidor Dionisio López de la Barrera en 1755 y estuvo vigente hasta 1884. Estos reglamentos se sustentaban en principios de equidad y justicia, hecho que contribuyó a su larga vigencia hasta comienzos del siglo XX. No obstante, dicha vigencia no fue suficiente para reducir las pugnas entre regantes en torno de la posibilidad de asegurarse un volumen de agua suficiente para atender sus necesidades para fines agrícolas y para el consumo de la población urbana, debido a la inestabilidad en la disponibilidad de agua por factores estacionales relacionados con las lluvias y con eventuales sequías (Seiner, 2002)29 .

Al inicio de la República, la legislación aplicada sobre el agua fue una continuación del uso de las normas virreinales, de modo que se basó en el reglamento trabajado por Ambrosio Cerdán. A mediados del siglo XIX, esta legislación propuesta para Lima fue aplicada en Chiclayo y en Lambayeque (Palerm, 2009)30 . Muy pronto, el Estado republicano en formación comenzó a aprobar y establecer normas para asignar algunos roles a las municipalidades en la administración del agua:

Sin embargo […] el naciente Estado republicano promulgó una serie de leyes sobre el régimen municipal con el objetivo de ordenar y homogenizar la organización de los pueblos y ciudades de la República. Al hacerlo, encomendó a los gobiernos locales la administración del agua y de ese modo participó en el manejo descentralizado del recurso, aunque sea a través de una instancia intermedia, mucho antes de la promulgación del primer código de aguas republicano de 1902. (Guevara, 2013, p. 57)31.





En efecto, en el marco de la gestión del agua, en la época del presidente Luis José de Orbegoso (1834), se les dieron atribuciones a las juntas municipales de villas y a las ciudades para cuidar de la distribución económica de las aguas de sus territorios, con sujeción a los reglamentos. Más tarde, en 1853, el presidente José Rufino Echenique daría potestades más precisas: “cuidar el estado de los manantiales de agua y de los depósitos que sirven para el uso público”, “determinar la construcción y dimensiones de las acequias públicas”, “fijar reglas para prevenir los aniegos”, “arreglar la distribución de las aguas del distrito municipal”, “nombrar a uno de sus miembros como juez de aguas sin cobrar derechos” y “promulgar las ordenanzas sobre aguas para su circunscripción”. En 1856, durante el Gobierno de Ramón Castilla, se añadió la figura de la designación de “Síndico de aguas, que no debería involucrarse en lo contencioso” (Guevara, 2013, pp. 57-58)32 .

Por su parte, Mariano Ignacio Prado, en 1866, limitó las potestades de delegación de las municipalidades provinciales a las distritales, particularmente a las asentadas en las cabezas de distrito y denominadas “agencias municipales” con el fin de evitar riesgos en la gestión del agua. Sin embargo, el reglamento normaba la obligación de velar por el buen estado de los manantiales y depósitos de aguas de uso público, por la construcción y adecuado mantenimiento de los canales, y por la prevención de aniegos.

Manuel Pardo, en 1873, ratificó la tendencia legislativa señalada, de modo que atribuye a las municipalidades las funciones de reglamentar, administrar e inspeccionar los servicios públicos locales. Entre ellos, se encontraban el manejo de las fuentes de agua y su distribución tanto en la ciudad como en los campos, en cuanto sean de uso común. Además, trazó una línea divisoria entre las funciones administrativas de los inspectores de agua municipales, y las jurisdiccionales de los tribunales y juzgados de agua sobre el uso de propiedad de las aguas. Finalmente, la Ley de Municipalidades de 1892 ratificó estas prescripciones y otorgó a los gobiernos locales potestades claras para gestionar los recursos hídricos de sus circunscripciones. Sin embargo, en contraste con esta tradición normativa que reivindicaba la gestión del agua —urbana y rural, potable y de riego— para los gobiernos locales, el Código de Aguas de 1902 inició un gradual proceso de centralización de esta tarea (Guevara, 2013)33.

7. Gestión Pública del agua: caso Lima.

La contaminación del río desde la fundación de la ciudad de Lima se acentuó no solo por el débil cumplimiento de las disposiciones establecidas vía ordenanzas y a causa de diversos factores —culturales, presupuestales, falta de profesionales calificados para el control y fiscalización—, sino por las erróneas decisiones sobre la relación entre la ciudad y el río Rímac. Por ejemplo, las nuevas ordenanzas de 1573 señalaban que sería de mucha conveniencia que se fundaran los pueblos cerca de los ríos navegables para que tuvieran mejor trajín y comercio, como los marítimos. Por ello, disponían que se fundaran si el sitio lo permitiere. Sin embargo, de acuerdo con la legislación hispana, el ámbito ribereño debía servir como repositorio de actividades que fuesen nocivas y contaminantes. A su vez, el establecimiento de ciudades en entornos ribereños implicó cambios en los usos y funciones asignadas al río en tiempos prehispánicos. Las ordenanzas de Felipe II indicaban que los solares para carnicerías, pescaderías, tenerías, y otras oficinas que causaran inmundicias y mal olor se procuren poner hacia el río o hacia el mar para que sus poblaciones se conserven con más limpieza y sanidad (Sáenz, 2007)34.

Estas ideas erróneas tuvieron como efecto un marco normativo contradictorio y las consiguientes prácticas incorrectas sobre el río. El ambiente en torno del río Rímac adquirió, desde los primeros años de fundada la Ciudad de los Reyes, un carácter periférico y un paisaje residual a partir de la asignación de funciones de servicio. Se desarrollaron actividades extractivas, y fue usado para la eliminación de basura y desmontes, y para actividades domésticas, como el lavado de ropa. Además, constituyó el hábitat de la plebe, especialmente en las orillas opuestas al damero de Pizarro. Escenario signado por basurales, con un río de comportamiento irreverente y un arrabal en uno de sus bordes, el espacio ribereño estuvo asociado a una imagen sórdida, que lo configuró como las espaldas de la ciudad (Sáenz, 2007)35. Debido a las crecidas y desbordes del Rímac durante los meses de verano, el río era visto como un elemento peligroso, por lo que los Cabildos tenían permanentemente en su agenda las amenazas de desborde del río Rímac. Esto requería de constantes decisiones sobre la rehabilitación y mantenimiento de los tajamares (parte de los pilares de los puentes, que se instala aguas arriba o aguas abajo, para cortar el agua de la corriente), actividad común a lo largo del periodo virreinal.

Amat y Juniet (1761-1776) fue el más comprometido con las reformas promovidas desde España, a favor de la higiene y el ornato. Ordenó la limpieza de calles, mejoró el saneamiento y el ornato de la ciudad, y se preocupó por el embellecimiento de la urbe, con lo que dio los primeros pasos hacia la “ciudad jardín”. Asimismo, arregló muchas acequias y empedrados con la finalidad de evitar los aniegos y consiguientes problemas. Enfrentó las complicaciones ocasionadas por los pantanos y lodazales que se generaron a causa de las aguas residuales de las haciendas, como en las cercanías del Callao.

Gil de Taboada y Lemos (1790-1796) impulsó la creación de la Sociedad de Amantes del País, que crearía luego, en 1791, el periódico el Mercurio Peruano, que sería medio de difusión de muchos artículos sobre la calidad del agua y del aire. También, puso en marcha importantes acciones a favor de la salubridad urbana. Con Gil de Taboada, se fortalece la comprensión de la gestión del saneamiento como componente fundamental de la administración urbana. La situación crítica de la salubridad y del ambiente, cuestionada severamente por Humboldt y Darwin, fue consecuencia del mayor deterioro del saneamiento urbano en las primeras décadas de la República. Este hecho se debió a que se sumaron los efectos de las actividades de la lucha por la Independencia, el desorden social durante el primer militarismo y la escasa capacidad de los cabildos para mantener la salubridad de las ciudades, incluso en la capital:

Según Jorge Basadre35 , en el año 1841, la fisonomía de Lima parecía no haber cambiado desde el Virreinato; el abastecimiento de agua desde el río hasta las pilas de la ciudad, por ejemplo, continuaba haciéndose a través de cañerías de barro coloniales, muchas de ellas deterioradas. Además, relata que recién el 9 de octubre de 1834, el Concejo Municipal de Lima contrató la colocación de una cañería de hierro colado (la primera en el país) desde la caja de Santo Tomás hasta la pila de la plaza de Armas, con la capacidad de suministrar agua a todas las pilas de las calles por donde debía pasar.

Alrededor de 1855 se informaba que en el país, apenas Lima tenía cañerías de hierro para conectar el abastecimiento de agua a domicilio. Al mismo tiempo, en el Callao se seguía consumiendo agua insalubre […] y el caso de Arequipa no era diferente: desde su fundación se abastecía de agua del río Chili, a través de acequias de regadío, y de los manantiales cercanos. (Villanueva et al., 2009, p. 47)36 .












Esta situación deficitaria en el saneamiento urbano se mantuvo en otras ciudades importantes del Perú hasta décadas más tarde. Así, por ejemplo, Luis E. Valcárcel (1891-1987) , en sus Memorias, comparte sus recuerdos sobre el Cusco de cuando tenía siete u ocho años de edad, es decir antes de 1900:

En las calles, las acequias estaban abiertas, corrían calle por medio y, en realidad, servían de desagüe. Agravaba la situación el hecho de que el río Huatanay, que cruza la ciudad, mantuviera su inmemorial función de cloaca, en cuyas márgenes se acumulaba la basura, ofreciendo un aspecto desagradable. […] El agua para beber era difícil de conseguir, pues tampoco existían instalaciones de agua potable. La gente de mi tiempo mandaba traer agua de Kantoj, palabra onomatopéyica que imita el sonido del manantial. Kantoj quedaba más o menos a una legua del Cusco, en la parte alta de la ciudad, detrás del cementerio […] Solo durante el Gobierno de Leguía se contrató a la Fundación Company, que emprendió el trabajo de dotar de agua y desagüe a la ciudad. (Valcárcel, 2015, pp. 41-42)37.








En esta visión panorámica de saneamiento de Lima, se deben tener en cuenta otros elementos complementarios. Por un lado, desde la fundación de la ciudad de Lima, el suministro de agua para su población había evolucionado en tres grandes etapas: la primera, de las tuberías de arcilla cocida, entre 1535 y 1855; la segunda, de las tuberías de fierro fundido, entre 1855 y 1929; y la tercera, de las innovaciones tecnológicas, desde 1930 en adelante. Por otro lado, hubo algunos hechos importantes a destacar en esta perspectiva. Entre 1578 y 1855, se instalaron 27 pilas públicas. Asimismo, la concesión otorgada a la Empresa de Agua de Lima se mantuvo hasta 1913, año en que, por deficiencias en el servicio a cargo de esta empresa comprobadas por el Concejo Provincial y el Gobierno Nacional, se dispuso su expropiación y la constitución del Consejo Superior de Agua de Lima. Más tarde, se formaría la Junta Municipal de Agua Potable, presidida por el Alcalde (SEDAPAL, 199738 .

Respecto de la calidad del agua, en la historia de la gestión de este recurso con fines de consumo humano, tres hechos merecen ser destacados.

La calidad del agua en Lima, según opinión del Dr. Cosme Bueno30 , era cruda e indigesta, su impureza fue la causa de muchas enfermedades del estómago de la población, sin embargo el médico José Manuel Dávalos, ya en 1789 había hecho el primer análisis químico del agua. Según Dávalos, el agua contenía en su misma fuente, selenita (sulfato de calcio o yeso), óxido de fierro o arcilla ferruginosa, cal y magnesio y ácido carbónico, y que el agua se hacía más nociva desde los manantiales hasta los sistemas de distribución por las pilas. (SEDAPAL, 1997, pp. 25-26)39







Esta opinión recibe un comentario de Hipólito Unanue, quien, en su obra El clima de Lima, expresaba:

Cualquiera que reflexione sobre el origen de dónde vienen nuestras aguas potables, la constitución del terreno que forma el cauce del río, y de las tierras en que se extienden la aguas de regadío, que filtrándose hacen nacer sus vertientes inferirá, que las malas cualidades que se le han atribuido, más bien penden del propio cuidado en conservarlas con la debida limpieza, que de la naturaleza de ellas. (SEDAPAL, 1997, p. 26)40 .





Varias décadas después continuó la mala calidad de agua hasta la instalación de la planta de clorinación:

Hasta antes de 1917, fecha en que es elegido alcalde de Lima don Luis Miró Quesada, el agua que consumía la población limeña constituía un verdadero atentado contra la salud del vecindario, porque contiene toda clase de gérmenes en suspensión. El joven y pujante alcalde se propuso, como lo expresó en su memoria de 1916, dotar a la capital de agua potable abundante y absolutamente pura, que es de seguro la necesidad más urgentemente sentida, la que hoy se consume es insuficiente y está contaminada [...] En 1917, segundo gobierno de don José Pardo y Barreda, La Junta Municipal de Agua Potable presidida por el señor Alcalde, inauguró la planta de clorinación, aplicándose directamente cloro gaseoso, instalándose la planta en una antigua casa de aforos, que se había construido a la salida de las aguas de la Atarjea […] El Concejo Provincial de Lima entregó al servicio público una de las más importantes mejoras: el moderno purificador de agua potable, constituido por un aparato destilador de cloro que eliminaba la totalidad de bacterias y gérmenes que estaban contaminando el agua que consumía la vecindad […] La ciudad de Lima tuvo que esperar 339 años para beber agua pura desde que en 1578 por primera vez corrió agua por la plaza Mayor. (SEDAPAL, 1997, p. 30-35).41











8. Agua como Divinidad

1Dios del Agua en su versión antropomorfa

Kauffmann (201442) , en un profundo análisis, señala que, en el mundo andino, la máxima divinidad fue la que denomina el Dios del Agua, cuyo culto tomó diversas representaciones desde los albores de las primeras civilizaciones, mucho antes que los incas. Incluso, afirma que la creencia de la existencia de un Dios del Agua debió ser más antigua que sus representaciones. A la llegada de los españoles, este ancestral Dios del Agua debió recibir diversos nombres: Catequil, Yaro, Libiac, Pariacaca, Tunapa, entre otros. Este dios, según las observaciones de Kauffman, se materializa en las montañas de determinadas características, denominadas apus.

Resumen por: Ing. Ebert Heredia Quezada

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