Nov, 2015

Blog: Laureano del Castillo
Abogado, director ejecutivo del Centro Peruano de Estudios Sociales - CEPES, Lima. Graduado en la Pontificia Universidad Católica del Perú, egresado de la Maestría en Derecho con mención en Derecho Constitucional. Cuenta con un Diploma de Estudios en Derecho Ambiental
Entrevista a Laureano del Castillo - extraido de la revista Leisa volumen 31 Nº 3: Agua y agricultura
LEISA: ¿Cómo ha sido históricamente el proceso de la gestión del agua en los países andinos y especialmente en el Perú, en términos de manejo físico del recurso, y, por supuesto, de manejo económico y político?
Laureano del Castillo: El proceso histórico de la gestión de agua en nuestros
países ha sido muy similar porque –con las peculiaridades propias de cada país, en nuestros modelos de desarrollo
agrario y nacional–, hubo predominio de las haciendas y los hacendados. Eso se rompe a fines del siglo pasado,
en nuestro caso, con la aprobación de la Ley General de Aguas, que estableció un sistema totalmente distinto al que venía imperando en el Perú y en algunos países de la región, y que fue heredado de España, de fines del siglo XIX.En nuestro país a partir de 1969, el nuevo modelo estableció que el Estado es no solo dueño del recurso agua y de
todos los recursos naturales en general, sino que además es quien gestiona dicho recurso. Este modelo entró en crisis en los últimos 20 a 25 años y ahora hemos pasado a otro, en el que se mantiene la propiedad del agua pero ya no por el Estado sino por la nación, como lo manda la Constitución.
Fruto de una serie de preocupaciones nacionales e internacionales, se intenta privilegiar el tema de la eficiencia en el uso del agua.
Ahora bien, a lo largo de nuestra historia ha habido dos
claros sesgos en la gestión del agua. El primero es el sesgo
agrario: hasta la aprobación en 2009 de la última Ley de Recursos
Hídricos, lo que hemos tenido es una legislación que
miraba sobre todo a la agricultura, que era la actividad principal,
pero históricamente era también la base del poder de
hacendados y oligarcas. El otro sesgo, que de alguna manera
se mantiene todavía en nuestra política agraria e hídrica,
es el sesgo costeño. Eso es explicable porque en la costa es
donde están las tierras más ricas, más cercanas a los puertos
y aeropuertos, y últimamente, tierras que no son ocupadas,
me refiero a tierras eriazas y entonces, lo que falta es agua.
Desde inicios del siglo XX, el Estado peruano ha financiado
una serie de grandes proyectos para traer agua de la cuenca
del Amazonas a la costa. Allí tenemos algunos cambios
pero, yo diría que sobre todo en los últimos años, este sesgo
costeño, a favor de la agricultura, ahora de la agroexportación,
se mantiene.
LEISA: ¿Qué tipo de políticas están siendo mayoritariamente
implementadas en América Latina?
Laureano del Castillo: Lo que se volvió referente a nivel mundial fue la legislación
chilena, el Código de Aguas de 1981, establecido durante
el gobierno de Pinochet y que, dicho sea de paso, es la única
legislación nacional que dispone que los derechos sobre el
agua asignados a los distintos usuarios tengan la protección
del derecho de propiedad. Es decir, no los convirtió en un derecho
de propiedad, pero les dió la misma protección. Y obviamente
ahí se generó una concentración de derechos sobre
el agua que benefició sobre todo a algunas empresas de generación
de energía eléctrica y otros sectores. En otros países
ha habido cambios, pero las políticas que se mantienen son
de alguna manera similares. Pensamos en el caso de Ecuador,
con algunas diferencias con el Perú, pero también con un desarrollo
importante de productos de agroexportación, uno de
cuyos principales y más conocidos productos son las flores.
En Ecuador hay una tensión por el control del agua entre las
empresas y las poblaciones locales, las comunidades campesinas.
Y obviamente el Estado, al igual que aquí, privilegia a
estas empresas por su importancia económica, en especial la
generación de divisas, y hay de hecho un cierto control. Lo
mismo podríamos de decir de Colombia. Bolivia es un caso
distinto; tiene una regulación formalmente más antigua que
Colombia, Perú, Ecuador y Chile, y en el marco del proceso
político de estos años, más bien ha introducido algunos elementos
que atienden al riego campesino. Una peculiaridad
que la hace distinta de los casos de otros países andinos.
LEISA: En el caso del Perú, ¿cuáles son en concreto
las políticas referentes a la seguridad de contar con
agua de riego para la agricultura familiar que están
siendo implementadas?
Laureano del Castillo: Lo más significativo es el programa “Mi riego”, que empezó
con la gestión del economista Von Hesse, en el Ministerio
de Agricultura, que aprobó, además de un incremento del
presupuesto del sector para 2013, un fondo de mil millones de
soles para riego, sobre todo para la sierra. El problema está
en que, como ese fondo fue creado de manera inesperada,
no existían capacidades especializadas para acceder a los recursos
siguiendo el mecanismo especificado en la ley. Creo
que por las dificultades encontradas en la preparación y tramitación
de proyectos, finalmente el objetivo no se cumplió.
Hay otras iniciativas, como por ejemplo una ley de riego
tecnificado, pero que se entrampa por la poca respuesta en
términos financieros de los gobiernos regionales y locales.
Con la Ley de Recursos Hídricos se afirma reiteradamente
que el Estado reconoce y respeta los derechos de las comunidades
campesinas y nativas a seguir usando las aguas que tradicionalmente usan. El problema con esto es que, a
diferencia de los usuarios particulares a quienes se les otorga
y exige tener una licencia, en el caso de las comunidades
campesinas muchas veces el no tener licencia hace que
esto pueda quedar como una norma declarativa. A mí me
preocupa que, al incrementarse la demanda de agua por el
crecimiento de las ciudades y otros usos industriales, mineros,
energéticos, etc., y ante la menor disponibilidad de agua
que puede haber debido al cambio climático, las comunidades
sin una licencia de agua puedan en unos pocos años
quedarse simplemente con esa declaración hueca. La ley no
considera la necesidad de la seguridad jurídica y acciones
mucho más claras en favor de las comunidades campesinas,
y no reconoce que en muchos casos, son las que cuidan y
generan el agua que se consume en las zonas media y baja
del país.
LEISA: De otro lado, en Revista agraria 174, de junio
de 2015, Pedro Castillo Castañeda de CEPES, escribe:
“Así por ejemplo, una gran propiedad no solo acumula
tierra sino que exacerba la disputa por otros recursos
naturales, como el agua”. ¿Puedes comentar esta
apreciación?
Laureano del Castillo: Efectivamente, hay acaparamiento de tierras y de agua.
Especialmente en la costa porque no llueve y no se puede hacer
agricultura si no se cuenta con riego. En la sierra y la selva
llueve y se tiene agricultura de secano, lo cual es imposible en
la costa. Con la República, en 1902 hubo un código de aguas
que permitió la apropiación privada, lo cual impulsó el crecimiento
de las haciendas. La Ley General de Aguas de 1969
estableció un régimen distinto. Pero ahora lo que tenemos,
y no por el cambio en la ley de aguas, sino por un cambio
en la legislación sobre la propiedad de la tierra y en general
por la política económica y agraria, es una serie de normas
que incentivan las grandes inversiones. En la agricultura de
la costa operan varios grupos económicos, el más importante
es Gloria, que controla, o controlaba (porque no tenemos datos
recientes) 80 mil hectáreas. Entonces, evidentemente hay
un proceso de concentración de tierras, y si es en la costa,
requiere agua.
¿Cómo se está haciendo en los últimos años? Tomemos
el caso del proyecto Chavimochic, que es presentado por el
Banco Mundial como un modelo exitoso y transparente de
riego y asignación de tierras, pero donde 11 empresas tienen
alrededor del 90% de esas 43 a 48 mil hectáreas ganadas al desierto mediante una gran inversión del Estado peruano.
Algo semejante ocurre con el proyecto Olmos donde se ha
subastado tierra que era de comunidades campesinas, en su
mayoría comprada por el grupo Gloria.
LEISA: ¿Están teniendo las industrias extractivas más
oposición y rechazo de las comunidades?
Laureano del Castillo: Con relación a las industrias extractivas, se trata sobre
todo de las grandes minas en la sierra. Y ahí el tema es bastante
complejo, porque no tenemos estudios serios de disponibilidad
de agua a largo plazo –10 años mínimamente–. Además,
en el caso del Perú hay dispersión de competencias entre el
Ministerio de Agricultura (MINAGRI), la Autoridad Nacional
del Agua (ANA), los gobiernos regionales, los gobiernos locales.
A pesar de lo que dice la ley, no hay propiamente todavía
una autoridad única en materia de gestión.
LEISA: ¿Cuál debe ser ahora la estrategia de los
agricultores familiares campesinos para defender su
derecho al agua suficiente y de calidad?
EZ: Hay varias cosas que se tienen que hacer. A pesar de todo
lo que se ha hecho en estos años, es importantísimo llevar a
cabo una labor de educación y de difusión sobre los derechos
que tienen los campesinos. Ni el gobierno ni el congreso
se han preocupado de difundir normas que son positivas.
¿Cuántas comunidades campesinas saben que, en lo que respecta
al agua, el Estado garantiza sus usos y costumbres? No
basta con tener una ley si es que el beneficiario, el destinatario,
no la conoce y, por tanto, no puede ejercer sus derechos
adecuadamente. Eso es lo que puede permitir establecer
negociaciones mucho más transparentes con las industrias
extractivas, pero también con el propio Estado. Estamos hablando
de una labor que va más allá de la mera información
para facilitar realmente el ejercicio de derechos y de obligaciones.
Lo otro es, por supuesto, conocer mejor las cuestiones
vinculadas al riego y eso es otra vez una responsabilidad que
tiene el Estado.